29 ago 2016

El gran negocio de González y Cebrián: Violaciones masivas, genocidios y niños soldados

Al leer la mayoría de las noticias que provienen de Sudán del Sur dan ganas de llorar. Auténticas atrocidades. Alberto Rojas narraba varias escenas horripilantes en El Mundo, ese diario cada día más arrodillado en el que faltan muchos como Alberto. En una de ellas una mujer era violada por quince hombres, uno tras otro como si aquello fuera un dispensario de comida. No fue un hecho aislado.

Después de una cruel batalla se produjeron tres días de festejos con violaciones y asesinatos masivos que provocaron un excedente de cadáveres, para regocijo de los perros que se dieron un buen festín. Un cuadro que, con todo, todavía se encuentra muy alejado de lo que protagonizó el general Yagüe en Badajoz, esa historia que la Transición prohíbe recordar.

En julio de este año también fue asaltado el Hotel Terrain lo que provocó que una veintena de extranjeros terminase en la sala del pánico, un recinto acorazado. Los asaltantes, casi un centenar, después de disparar contras las puertas de metal consiguieron entrar. Lo que allí sucedió fue dantesco para cualquier occidental, aunque cotidiano en casi toda África: golpearon, insultaron, vejaron y simularon ejecuciones a los hombres y violaron a las mujeres en repetidas ocasiones mientras los primeros fueron obligados a presenciarlo. Solo eran cinco mujeres para casi cien hombres, los cálculos son tan sencillos como aterradores.

Una hora antes de vivir aquel infierno solicitaron ayuda a los cascos azules de la ONU, los cuales respondieron: “no podemos enviar a ningún equipo ahora”. No solo es un hecho extraordinario, sino que lo normal es que las mujeres sean violadas a un centenar de metros de la base militar de la ONU o que los propios miembros de la ONU las violen. Hechos silenciados o amortiguados por Occidente e ignorados por la ONU salvo en casos de presión mediática excesiva. Esa es la ONU, la que pretende dar lecciones al mundo mientras obvia investigar los abusos sexuales de sus propios militares en África, en muchos casos europeos, en muchos casos actos infames. Basta recordar los cascos azules que ofrecían galletas por sexo oral o aquellas menores que fueron obligadas a tener relaciones con un perro a cambio de dinero. Hay mucho más.
 
Sudán del Sur es mucho más que violaciones y, como casi toda África, se trata de una interminable fábrica de guerras civiles. Estas necesitan tal cantidad de combatientes que ni las altas tasas de natalidad son capaces de suministrar la cantidad de carnaza necesaria. Así pues, en ocasiones estos escasean, aunque siempre hay soluciones: Si no quedan adultos, se secuestran todos los niños mayores de doce años y se les inyecta en las venas la guerra y el odio. Por ejemplo, el año pasado casi un centenar de niños fue secuestrado y esta primavera casi 9.000 menores habían sido convertidos en soldados, lo que supone un desastre que va más allá del presente, pues convierte el futuro de Sudán del Sur en una carnicería. Muy probablemente serán estos niños los que terminen enzarzados en una nueva guerra civil cuando se conviertan en adultos. Otra más. Las cifras evidencian la magnitud de la tragedia: unos dos millones y medio de personas están en riesgo de sufrir hambruna y más de setecientas mil personas son refugiados.

Cualquier persona normal se sentiría conmocionado por lo aquí narrado, pero Felipe González y Juan Luis Cebrián no son normales. Son hombres de negocio, carniceros y capitalistas al por mayor. Para ellos y su gran aliado, Farshad Zandi, Sudán del Sur es petróleo y dinero. El tal Zandi es propietario de Star Petroleum y SP Mining, domiciliadas en paraísos fiscales, claro está, y Felipe González y Juan Luis Cebrián son sus mamporreros. No son los únicos pues en la lista también figura Alberto Cortina, íntimo del rey Juan Carlos, Antonio Navalón, Miguel Ángel Remón…

Felipe González no tuvo ningún reparo en grabar un vídeo de apoyo o escribir una carta de recomendación a un genocida para Zandi. El vídeo es bochornoso y la carta infame, pero ahí está el
expresidente ofreciendo charlas morales y disecciones sobre la democracia.



Hablemos claro: En primer lugar, Farshad Zandi no es un hombre cualquiera, es un empresario que donó seis millones de euros a Juan Luis Cebrián, uno de los directivos con un mayor salario del IBEX 35 aunque haya dejado pérdidas superiores a los 2.200 millones de euros.

En segundo lugar, lo que hacen Juan Luis Cebrián o Felipe González es muy parecido a lo que hizo José María Aznar para colocarse como comisionista de la venta de armas a Libia o Argelia o Zapatero y Bono para intentar lucrarse en la Guinea de Obiang. Para nuestros dirigentes o para el IBEX 35 no existe el infierno, las violaciones, los derechos humanos, las infancias destruidas por la guerra… para ellos lo único que importa es el negocio.

En tercer y último lugar, quizá todo se deba a que en Sudán del Sur, Guinea o Libia acontece algo que hace no mucho sucedió en Badajoz y en muchas otras ciudades, y los que lo hicieron son los que se han perpetuado en el poder. A lo mejor sucede que cuando ordenas despellejar, arrancar las uñas y enterrar en cal viva ya ta de lo mismo de donde venga el dinero mientras venga. A lo mejor sucede que cuando multiplicas por seis la industria armamentística como Chacón ya te la trae al fresco todo. A lo mejor sucede que hasta que no juzguemos a todos los criminales y delincuentes de Occidente no tendremos una mínima posibilidad de un mundo mejor. A lo mejor sucede que hay que explicarles a los sursudaneses, guineanos, libios, argelinos o lo que se tercie que no se preocupen por el infierno porque luego vivirán una idílica transición en la que los asesinos y las familias de los asesinos gobernarán sus países con una gran apariencia democrática. A lo mejor hay que explicarles que todavía les queda mucho hasta alcanzar a España como segundo país del mundo en número de desaparecidos.

No desesperen, hay muchos como Cebrián, González, Aznar, Zapatero, Bono, Morenés o Chacón… Y todavía queda mucha África y mucho mundo por expoliar y destruir y, también, quedan muchas transiciones por hacer.



Por Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra.
28-08-2016
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En la actualidad, sobrevivo gracias a las ventas de Código rojo, ¡CONSÍGUELA AQUÍ FIRMADA Y DEDICADA!. “Código rojo le echa huevos al asunto y no deja títere con cabeza. Se arriesga, proclamando la verdad a los cuatro vientos, haciendo que prevalezca, por una vez, algo tan denostado hoy en día como la libertad de expresión” (“A golpe de letra” por Sergio Sancor).

Tal vez te puedan interesar las novelas “Código rojo” (2015) y “Un paso al frente” (2014).




11 ago 2016

Mapas

La amputación de Palestina en Google Maps entronca con la utilización política e ideológica de la cartografía


Hay expuestos en Yad Vashem, el magnífico y estremecedor Museo del Holocausto en Jerusalén, muchos objetos, muchas fotos,  obras de arte. Y también algunos mapas. Uno de ellos siempre me ha parecido muy significativo: muestra la población judía en el mundo por países antes de la Segunda Guerra Mundial para informar de forma gráfica cómo la solución final nazi eliminó a los judíos de forma sistemática y atroz. Aparecen, pues, los judíos en Polonia, Alemania, Francia, etcétera. Y también aparece, del Mediterráneo al Jordán, Israel, como país. El mapa obvia dos detalles: que Israel jamás ha sido un país que comprenda por completo de forma legal y reconocida internacionalmente toda la tierra entre el Mediterráneo y el Jordán; y que antes de la Segunda Guerra Mundial Israel no existía. El Estado hebreo nació en 1948; antes de esa fecha, Palestina era un protectorado británico.

El mapa de Yad Vashem no es fruto de la ignorancia, por supuesto. En primer lugar, establece una continuidad histórica falsa entre el Holocausto y la creación del Estado de Israel, uno de los mitos más potentes del sionismo. La idea está presente en todas partes (Steven Spielberg, en su epílogo en color de ‘La Lista de Schindler’, también la difundió, por ejemplo) y consiste en afirmar que Israel es el Estado que crean los judíos para que no se repita el Holocausto. Muchos judíos emigraron al protectorado de Palestina durante y tras la Segunda Guerra Mundial, pero lo cierto es que el proyecto sionista en tierra palestina nace mucho antes: la primera colonia sionista data de 1870. A pesar del mapa de Yad Vashem, Israel no existe antes de 1948 y no se crea para evitar otro Holocausto. Israel es un proyecto ideológico.

La segunda función del mapa, no menor, es borrar el concepto de Palestina. Otro mito fundacional muy potente del sionismo es la idea de “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Al dibujar un Israel del Mediterráneo al Jordán antes de 1948, se establece que lo que había allí antes de que fuera Israel no existía porque, de forma legal o no, reconocido como tal o no, con Estado o no, aquello siempre ha sido Israel, el hogar nacional de los judíos y sólo de los judíos. Es una mezcla de colonialismo (el europeo que va a otra tierra y se apodera de ella sin tener en cuenta el indígena que vive allí, un patrón que se ha dado literalmente en todo el mundo) y nacionalismo (sólo un pueblo, una nación, tiene vínculo con la tierra, no los individuos).

La polémica alrededor del mapa de Google Maps de Palestina entronca con esta utilización política e ideológica de la cartografía. Un artículo de The Washington Post explica que Google en realidad no ha borrado Palestina, que si clickas en Cisjordania y Gaza aparece el nombre de Palestina. La explicación es tan endeble que sólo hace falta imaginarla al revés: que no aparezca Israel sino Palestina pero que si clickas en Tel-Aviv entonces sí se puede leer Israel. Es sencillo imaginar la que le caería encima a Google. Que Palestina, más allá del reconocimiento simbólico de la Asamblea de la ONU, no sea un Estado como tal también es una explicación frágil. Google puede argumentar lo que quiera, pero es muy difícil darle mapa por liebre a los palestinos.

Y es que la cartografía es una realidad de la vida palestina. Este mal llamado conflicto produce más mapas de lo que es capaz de digerir. Yo, en casa, tengo uno que compré en una tienda de antigüedades de Jerusalén que data de principios del siglo XX y que dibuja un Plan C de Partición que, sinceramente, no tengo ni idea de qué fue. Hay mapas de todo tipo: zonas A, B, y C; la bantustanización de Cisjordania; el recorrido del muro; la Palestina menguante; los recursos hídricos; las aldeas árabes borradas del mapa; el recorrido del muro; los check points; las barreras; las zanjas; las carreteras sólo para colonos; las carreteras cortadas; los asentamientos; los bosques bajo los que se ocultó la limpieza étnica; la línea verde; las líneas de armisticio; las zonas de exclusión y las zonas pesqueras en Gaza; la declinante población musulmana; la demografía cambiante; el tranvía de Jerusalén; la Palestina histórica; el Plan de Partición; las fronteras del 67…

A los palestinos les encantan los mapas. Y las llaves de casas que perdieron. Y las fotos de parientes que nacieron y vivieron en lugares a los que ya no tienen permitido el acceso. Y las cifras, adoran las cifras que ilustran su desgracia, la injusticia que sufren, la nakba. También saben mucho de matemáticas (la tierra y las vidas que hay que restar, los asentamientos que hay que sumar) y de leyes internacionales, resoluciones de la ONU y fallos de tribunales internacionales. Los palestinos no necesitan inventarse mapas ni manipular fechas ni descontarse en las sumas y las restas ni presionar a las televisiones para que no hagan ejercicios cartográficos cuando informan del mal llamado conflicto. Igual la realpolitik les da espalda, pero la realidad está de su lado.

Por eso, diga lo que diga Google, la cartografía está del lado de Palestina. Como la geografía, como la historia, como la memoria, como las fotografías, como el arte, como la arqueología, como la poesía, como la gastronomía, como la arquitectura, como la agricultura, como la pesca. Como la justicia.

Google mejor que nadie sabe que en la era de la información la memoria es masiva, que nada puede borrarse de esa hemeroteca sin fin que es internet. Para la historia queda, pues, que Google, la empresa que hizo del “don’t be evil” su lema, ha hecho lo que ha hecho. Que en este asunto ha elegido en qué lado quiere estar. Y ese lado es muchas cosas –políticamente correcto, pragmático, probablemente inteligente, sin duda mucho más tranquilo– pero no es el de la justicia.
Al final, todo el mundo queda retratado.

Por JOAN CAÑETE BAYLE
10-08-16
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