21 nov 2012

Otra miserable lluvia sobre la franja de Gaza.

 
"Los que hemos vivido los bombardeos en Gaza sabemos bien lo que significan. Un estruendo que te arranca violentamente del sueño a la vigilia, que sacude el edificio en que te encuentras. Luego las ambulancias que se suceden raudas hacia donde ha caído el misil sobre el fondo del zumbido de los drones y el eco de los helicópteros Apache y los cazas F 16 que se marchan de regreso a Israel sin mirar atrás. Así una y otra vez a lo largo de la noche.
Jihad Masharawi, trabajador de la BBC, sostiene en brazos el cuerpo sin vida de su hijo de once meses en el hospital Al Shifa después de que un misil Israelí terminara con su vida en Gaza. Foto: Majed Hamdan.
 
Y a la mañana siguiente, la morgue del hospital Al Shifa atiborrada de cadáveres. Y los pasillos y salas de espera repletos de familiares devastados por el dolor, que se acercan para contarte sus historias de pérdida, para recordar a sus seres queridos, y que muchas veces te preguntan: “¿Dónde está Europa? ¿Dónde está la ONU?”.
Cuerpos sin vida en la morgue; mutilados y despedazados en el quirófano de la primera planta; que pertenecen en su mayoría a civiles. Ancianos, mujeres y niños. No puedes bombardear la zona más pobre y sobrepoblada de Oriente Próximo sin llevarte por delante la vida de inocentes. Una zona de la que casi nadie puede salir ni entrar si no es por asfixiantes túneles. Una zona empobrecida por el feroz embargo, en el que el 80% de la gente está en paro.
Una zona que está hecha de hijos, nietos y bisnietos de refugiados que fueron expulsados de sus casas y tierras en 1948, en 1967. Muchos de las cuales aún las lograban ver desde la franja, por encima de la valla que encierra a 1,5 millones de personas, sin comprender por qué alguien venido desde Argentina, Rusia o Estados Unidos puede vivir allí y ellos ni siquiera pueden acercarse, cuando sus familias llevaban siglos en el lugar y aún conservan la llave y el título de propiedad de la vivienda.

Pilar de barbarie

En la operación “Lluvia de Verano”, que cubrimos en directo en este blog desde la franja, y que luego daría pie a mi libro “Llueve sobre Gaza”, el 45% de los 450 muertos fueron mujeres y niños, según organizaciones de derechos humanos. Eso sí, después Ehud Olmert fue al Knesset y dijo que había matado a 450 terroristas a lo largo de dos meses en Gaza.
Operación Lluvia de Verano en 2006… 450 muertos. Operación Plomo Fundido en 2008-2009… 1.400 muertos. Y ahora empieza la Operación Pilar de la Defensa… que vaya a saber cuántas vidas inocentes dejará en el camino. Ya vimos ayer el rostro de uno de los primeros niños muertos. El bebé de Jihad Misharawi, trabajador de la BBC, cuyo trágico asesinato me recordó al de las tres hermanas de la familia Okal, y a tantas otros, como la familia de Juda Galia.
Una operación militar que empieza cuando el gobierno de Bibi Netanyahu decide asesinar al que hasta ahora había sido su hombre de confianza en Hamás, y con el que había mantenido una relación fructífera de años. Asesinato de Estado, selectivo, con avión no tripulado marcando el objetivo para que un helicóptero Apache remate la faena con un Hellfire.
Si en algo quizás sea diferente este escenario de incipiente castigo colectivo es en la visita que en este mismo momento está haciendo el primer ministro egipcio, Hisham Kandil, a la franja de Gaza, y el empleo de la llamada Cúpula de Acero, un escudo antimisil para proteger el sur de Israel de los Kassam.

Lluvia de mentiras

Y ahora, además de las bombas, comenzará la otra guerra, la de la información. La Embajada israelí en Madrid empezará con sus habituales presiones y muestras de indignación tan arrogantes y sobreactuadas que parecerá como si la lluvia de bombas – más de 150 anoche que dejaron 19 muertos y 180 heridos -, estuviera cayendo sobre Tel Aviv y Haifa y no sobre Gaza. Cuando ayer la broma entre los habitantes de la capital de Israel era que los misiles palestinos “tendrían problemas para aparcar”. Cuando el estadio en el que jugaron el Unicaja y el Maccabi al baloncesto estaba a rebosar.
Recuerdo que en los momentos más brutales de la invasión de Gaza en 2006, la vida en Jerusalén continuaba como siempre. En 50 minutos de carretera pasabas de la pobreza de una suerte de Calcuta bajo las bombas, anclada en las lóbregas entrañas del Medioevo, a todas las comodidades, las luces y los lujos de Occidente, hordas de turistas en bermudas y chanclas incluidas.
Tampoco faltará la habitual avalancha de comentarios exaltados de los que apoyan la estrategia de la derecha israelí, aquí, en las secciones de comentarios de otros periódicos, en Twitter y en Facebook. Muchos espontáneos, otros de ciberactivistas organizados. En algunos casos abiertamente racistas pues sostienen que los palestinos son todos terroristas que no aman a sus niños, que merecen ser castigados, vivir como parias, sin Estado, sin poder salir del gueto en el que subsisten.
Se nos acusará a los que estamos a favor del respeto a la legalidad internacional, comenzando con la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, y la defensa de los Derechos Humanos, de ser antisemitas, de estas cegados por el odio. Y, en el caso de que las críticas vengan de judíos como mis admirados Gideon Levy o Amira Hass, se dirá entonces que son judíos que se odian a sí mismos.
Se bombardeará, se insultará… pero lo que no se hará, una vez más, como no se ha hecho en 60 años, es brindar al pueblo palestino un Estado viable en respeto a las resoluciones de la ONU. Un Estado no mutilado por las colonias y por la especulación inmobiliaria israelíes, con control de sus propias fronteras y economía. Habrá mucho dolor, mucho ruido, pero el Gobierno de Israel una vez más se negará a hacer lo que tiene que hacer, que es comprender que el pilar de su defensa no pasa por las bombas ni los checkpoints sino por la prosperidad y libertad de su sometido vecino".

El Pais. 16-11-2012.

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